El caso José López vino como un torbellino. Por primera vez, el mundo kirchnerista salió a condenar a una figura de su gobierno. Este hecho doloroso, este “garrón” en palabras de Héctor Recalde sumó nuevas voces a la idea de una necesaria autocrítica. Una demanda que antes del monasterio gate sólo unos pocos venían haciendo, pese a que el análisis crítico luego de una derrota está inscripto en el ADN de la tradición nacional y popular.
Por Lucio Fernández Mouján (*)
El pensamiento nacional y popular piensa los procesos políticos en términos de avance y retroceso. En momentos de avance se construye unidad, se define una conducción, un liderazgo y todos abonan a la consolidación del movimiento nacional. En momentos de retroceso hay dispersión, defensa de las conquistas en la etapa anterior y reacomodamiento de los poderes internos.
Según esta corriente de pensamiento, la crítica interna también tiene sus momentos determinados. Cuando se avanza no se suelen realizar críticas, se sostiene la idea de ser “soldado” del proyecto y se confronta sólo hacia afuera. A lo sumo se intenta influir o discutir puertas adentro.
En los momentos de retroceso los cuestionamientos reaparecen, sobre todo si viene por una derrota electoral. Siempre se encuentran a los mariscales de la derrota, se revisan los errores, para luego construir una nueva opción. El pensamiento nacional y popular es muy respetuoso de la voluntad popular. “Si hubo una derrota, las fallas fueron nuestras y hay que revisarlas”, es un lema que hace poco volvió a escucharse de la boca del periodista Hernán Brienza. El pedido de explicaciones del periodista Santiago Costa se destaca por la claridad de su propuesta.
Sin embargo, pasados más de seis meses de la derrota electoral son pocos los casos donde se aportan elementos para un análisis de lo sucedido. Para encontrar dirigentes o figuras públicas de peso dentro del kirchnerismo hay que hurgar mucho en los medios de comunicación.
Un intelectual que expresa este tipo de pensamiento a nivel latinoamericano, quizá el más cabal en la actualidad, es el vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera. Hace poco tiempo, en un encuentro que compartió con el pensador brasileño Emir Sader en nuestro país describió cinco límites o contradicciones de los gobiernos revolucionarios o progresistas. Por un lado, el descuido o desinterés por la gestión económica concreta, sin tener muchas veces el norte puesto en el beneficio de los trabajadores. En segundo lugar, la distribución sin politización, sin la creación de un nuevo sentido común, sin saber muy bien cómo dar la disputa cultural. En tercero, la corrupción interna, la contradicción entre pregonar un proyecto solidario mientras algunos dirigentes se llevan una parte de los recursos a sus casas. Cuarto, el liderazgo en regímenes democráticos. El líder expresa una síntesis que provoca sentimientos en el pueblo, traspasar eso a una fuerza política es un problema hoy en América Latina. Y, por último, la débil integración económica continental. Los primero avances en integración política no tuvieron ninguna expresión, más que de deseo, en materia económica.
A nivel local, son pocos los que han planteado algún tipo de autocrítica. Más allá de alguna frase puntual sobre alguna política por parte de algún ex funcionario, o la búsqueda de algún mariscal de la derrota, sólo pueden destacarse dos posicionamientos fuertes y una pequeña mención al margen en un artículo de la Comisión de Economía de Carta Abierta.
Uno de los primeros en llamar a una autocrítica fue el Movimiento Evita. Luego del discurso de Cristina Kirchner en Comodoro Py, Fernando “Chino” Navarro planteó que “sin una autocrítica no hay posibilidad de reconstruir mayorías”. A esto se suman las palabras de Emilio Pérsico sobre los límites del modelo económico. “La derrota se debe a que muchos de los errores fueron nuestros. No logramos cambiar las estructuras económicas. Ése es el problema central (…) La Argentina se extranjerizó y se concentró, también durante estos doce años.” Y también dio lugar a una revisión del rol de las organizaciones sociales kirchneristas. “La autocrítica de los movimientos sociales es no haber aumentado las demandas al gobierno. Nosotros recién en el último gobierno de Cristina armamos la CTEP para pelear por por trabajo digno.”
Desde el campo de los intelectuales, quien parece ponerle contenido a la afirmación del Chino Navarro es Alejandro Grimson. Propone una mirada gramsciana de los últimos doce años: “el kirchnerismo dejó de construir hegemonía en un momento del segundo gobierno. Perdió mucha capacidad de negociación, de muñeca, de alianzas.” Y para volver a articular mayorías debe abrirse a construir algo nuevo. “Hay muy pocas chances de volver si no se puede pensar qué pasó, qué cosas están cambiando. Nadie vota hacia atrás”.
Donde llamativamente el planteo de Pérsico tiene pocas voces que lo acompañen es en terreno económico. Como caso paradójico, ya en el año 2009 el Grupo Cenda que dirigía Axel Kicillof era crítico del rumbo económico del gobierno. Observaba que los cambios positivos que se venían sucediendo encontrarían límites sino se pensaban políticas precisas de desarrollo.
Una mirada que hoy en día puede encontrarse en algunas notas al pie, como en el artículo escrito para Página 12 por los economistas de Carta Abierta. Allí revisan algunos puntos que llevaron nuevamente a la “restricción externa” de nuestro país, es decir a los límites del crecimiento por la falta de divisas. Entre ellos marcan, como lo había hecho Cenda, que “no se abordó la construcción de un proyecto integral de independencia tecnológica” con un rol protagónico del estado. Y que esta falta de proyecto impidió un cambio estructural, sin integración, como se observa en la industria automotriz y en la electrónica de Tierra del Fuego.
Estas son sólo unas pocas voces que convocan a mirar el pasado para pensar cómo vamos a volver. El ejemplo de José López lo exige, pero la tradición nacional y popular ya lo planteaba. Los doce años de gobierno kirchnerista fueron buenos para lo sectores populares, pero no lo fueron tanto, sino no hubiera habido una derrota electoral.
(*) Politólogo, miembro del Grupo de Estudios sobre Participación y Movilización Política, Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA)
La autocritica no puede pasar siempre por criticar a otro. Eso no es autocritica. Además si tanta rosca le dan y le dan a la autocritica corremos el riesgo de enseñarles a nuestros hijos, que son los kirchneristas de los ’20 que perdimos por boludos. No, muchachos y muchachas, yo con la autocritica todo bien, pero me parece más imporante promover y difundir la información de lo complejo, poderoso y perverso que es el enemigo. Aguante Cristina y que se cague el movimiento evita.
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