(Por Gabriel Fernández* / Fotos: Ricardo Stuckert) Lula corrió al Brasil de su eje. Lo puso en otro lado. De algún modo, sabíamos que no se lo perdonarían. Por un lado sacó del hambre a millones de brasileños. Impulsó la producción y el empleo sacudiendo la vida interior de un gigante hasta entonces, adormecido. Y si esas acciones determinantes generaron rencor entre las franjas que –de modo cuasi militante- bregan por la ruina ajena con más entusiasmo que por el éxito propio, hubo otras que repercutieron en el orden planetario.
Tras décadas de considerar a la Argentina como hipótesis de conflicto, la nación verdeamarilla empezó a razonarla como aliado. Y fue más allá: resultó esencial para vertebrar un eje con Venezuela, Ecuador y Bolivia que prefiguró lo que será en el futuro mediato la gran potencia del Sur del continente. La unidad del Sur es la pesadilla del Norte y este aserto se corroboró: Lula fue virando, en la información internacional, de moderado dirigente democrático a autoritario corrupto.
La infamia de la Red O Globo lo posicionó en ese lugar y una parte del Poder Judicial se lanzó a “investigar”. Parlamentarios ajenos, pero también cercanos, empezaron a obedecer el conglomerado hilvanado entre el Departamento de Estado, el gran capital financiero, el empresariado paulista y las fuerzas antidemocráticas que, portadoras de un hondo racismo, repudian el desarrollo de su propia tierra.
Lula y sus compañeros armaron un sindicato metalúrgico cuando el primer paso era detectar obreros alfabetizados en las plantas para poder hacerse entender. En un camino extenso, durante el cual observaron al movimiento obrero argentino como modelo, comprendieron que la deriva justa era una central. Hicieron nacer la CUT y así marcaron un antes y un después en la historia social brasileña. Pero la potencia de base resultó tanta y las perspectivas económicas locales tan intensas que de allí emergió la carnadura política.
El Partido de los Trabajadores surgió y terció en la complejísima vida del país vecino. Con empecinamiento aceptó derrotas y siguió avanzando hasta que llegó su momento. Entre el 1 de enero de 2003 y el 31 de diciembre de 2010 Lula fue el presidente de una nación continente que se alejó de su aislamiento regional y enlazó con los hispanohablantes. El vigor de esta determinación, el significado profundo de ese sendero, sólo puede comprenderse si se suman los PBI del Brasil y la Argentina.
Y así como en los años 50 Getulio Vargas lo intentó y resultó acorralado, en esa primera década del siglo XXI Luis Inacio Lula da Silva lo consiguió… y alzó tempestades. La reacción, aunque parezca mentira, todavía no es equivalente a la grandeza de su orientación. En verdad, las balas que le dispararon hace poco están más cerca de la cruda venganza que la oligarquía y el imperialismo antibrasileños anhelan para quien osara tanto desafío.
El despliegue de los BRICS colmó el vaso para el centro financiero, aunque alivianó el impulso lusitano en el Unasur. Defección comprensible, que toda la zona pagó cara pero tenía la impronta del interés que manaba a borbotones de la gigantesca vida económica brasileña. Se ralentizó la creación del Banco del Sur y los propulsores de la coalición subcontinental empezaron a mirar hacia dentro, relegando a un plano sutilmente menor el andar conjunto.
Si Dilma Rouseff encarnó ese período, Lula no estuvo ausente. Pero era un direccionamiento encarado sobre un ramal paralelo, no una retromarcha conservadora. La acción social del PT y la tensión hacia la unidad del Sur siguieron allí, para ratificar la necesidad del odio como contracara. Porque Lula ha sido condenado debido a esos factores. Lula ha sido condenado por la corrompida justicia brasileña por haber puesto de pie a su nación. Por haberla ligado a sus vecinos. Por haberla proyectado al mundo.
Ahora bien: en este tramo disminuyó la incidencia del Norte sobre otras regiones, lo cual facilita redireccionar la búsqueda de recursos sobre el Patio Trasero. Bajaron precios de varias materias primas importantes en el volumen económico de nuestros países. Asimismo, ante el ostensible desarrollo propio, las potencias de Asia y Eurasia no están necesitadas de dar batallas lejanas que complicarían sus hegemonías. Y claro: el capital financiero, ante las dificultades originadas por él mismo en sus zonas de influencia, precisa integrar regiones de las cuales absorber beneficios sin inversión alguna.
Un aspecto puede resultar de interés en el marco de este panorama oscurecido para América latina: movimientos obreros y populares como los de Argentina y Brasil necesitan –y pueden- hilvanar acuerdos sólidos con los desplazados para re construir grandes mayorías. De hecho, enormes franjas empresariales y comerciales ligadas a los mercados locales están padeciendo las secuelas de los ajustes en ambas naciones y sobre el resto de la vecindad. He allí un punto de apoyo material para el desarrollo de una política articulada sobre proyectos inclusivos.
El Tribunal Supremo Federal consideró correcta la sanción previa referida a un departamento que Lula habría recibido de una empresa constructora. Al menos la ridiculez de la imputación facilita la tarea de los historiadores. El pueblo brasileño sabe de qué se trata y con fallo o sin fallo, el metalúrgico lidera la intención de voto hacia los comicios de octubre. Su organización ha ratificado la candidatura. La pugna no ha terminado; ciertamente, porque nunca termina. Lula corrió al Brasil de su eje. Lo puso en otro lado. La furia de los miserables da cuenta de su acierto.
* Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.