(Por Maximiliano Fernández Grau) Las últimas elecciones nacionales han abierto una discusión al interior de la política acerca de la profesionalización de su comunicación ¿Fueron verdaderamente los errores que se pudieron haber tenido en la política comunicacional una de las causas fundamentales de la derrota del proyecto nacional y popular en diciembre del 2015? ¿Hay que trabajar en crear políticos profesionales en la comunicación o se trata de llevar la política a lo cotidiano, de irradiarla al interior de la sociedad, a la gente de a pie… en fin, de vulgarizarla?
Existen quienes en forma de aporte plantean que, bajo el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, hubo una serie de errores comunicacionales que sirvieron a la derrota electoral. Plantean en referencia el ejemplo de Cambiemos que, de manera inteligente, ha desarrollado una sofisticada maquinaria comunicacional basada en los think-tanks y los laboratorios especializados en comunicación política. En este sentido, se cree que desde el campo nacional y popular se deben desarrollar estos laboratorios de imagen aggiornados a los nuevos tiempos de internet y las redes sociales, sobrevalorando la forma por sobre el contenido.
Hay que tener bien en claro que la derrota en diciembre del 2015 no fue política, fue electoral. Con toda su maquinaria comunicacional, sus laboratorios especializados y los grupos de poder y el partido judicial a su favor, Macri se vio obligado a arrebatar muchas de las banderas que fueron construidas y levantadas por el anterior gobierno: política públicas en educación y ciencia; YPF; Aerolíneas Argentinas; AUH; Fútbol Para Todos; etc, etc, etc. Ejemplos sobran…
Seguramente el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner tuvo errores en cuanto a la comunicación respecta, sería hasta contraproducente negarlos tras doce años del mismo proyecto. Pero creer que éstos fueron determinantes a la hora de la última elección sería caer en un simplismo que nos puede llevar a la incomprensión de la etapa del proceso histórico en la cual nos encontramos en toda la región.
Álvaro García Linera sostiene que los procesos políticos y sociales suceden por oleadas. En Argentina, la derrota electoral luego de doce años de gobierno, fue por menos de tres puntos (menos de 700 mil votos). En Brasil, los gobiernos progresistas sucedieron a lo largo de trece años hasta que la derecha apoyada por el imperialismo dio el golpe institucional a Dilma. En Bolivia, a diez años de su asunción, Evo Morales perdió el referéndum acerca de una reelección gracias a una campaña sucia descubierta recientemente y, en Venezuela, el mismo año que Macri fue elegido Presidente, la derecha ganaba las elecciones de la Asamblea Nacional (Poder Legislativo).
Por más complejo y eficiente que sea el marketing político que Macri utilizó para chantajear a la sociedad, al otro día de asumir, cuando empezó a aplicar sus políticas neoliberales, ese aparato comunicacional se enfrentó con la realidad. La imagen del presidente baja día a día en las encuestas sin que su laboratorios puedan hacer nada contra ello.
Quizás sea un gran error que un proyecto nacional y popular, que busca transformar la realidad, se proponga “profesionalizar la política comunicacional” convirtiéndola en puro marketing. Se trata más bien de vulgarizarla: llevarla a la mesa, a la fila del supermercado o la parada del bondi.
Si la política se profesionaliza, se cierra a una casta de personas que cuentan con el tiempo y el capital para poder hacer de ella un negocio, pero si la política se vuelve vulgar entra de lleno a lo más recóndito de la sociedad civil disputando los patrones establecidos del sentido común, donde los grupos empresariales de comunicación y los laboratorios de Cambiemos vienen trabajando desde hace ya tiempo (mucho más que doce años).
Está claro que una fuerza política nacional y popular que pretenda ser fuerza hegemónica no puede renunciar a disputar y ganar una elección. Pero esto no debe suceder relegando su identidad transformadora y la defensa de los intereses populares. El empoderamiento surge de politizar a la sociedad en su plenitud, generando un mayor nivel de organización popular, creando sujetos autoconscientes y, en todo caso, cualificando la fuerza generando cada vez más cuadros políticos.
El objetivo de un proyecto político transformador no debe ser correr atrás de una elección, la disputa no es solamente al corto plazo. No se trata de ganar elecciones, gobernar un lapso de tiempo para reconstruir lo que el neoliberalismo destruye y entrar en un círculo virtuoso de victorias y derrotas electorales.
Un proyecto político transformador debe apelar a transformar la sociedad en su conjunto, en vez de crear consumidores de política debe buscar generar una masa crítica cada vez mayor, que cuestione el orden y el andamiaje unitario y liberal establecido desde la batalla de Pavón. Solo así un proyecto político y social transformador no perderá su horizonte, su identidad, ni claudicará en la defensa de los intereses que pretende representar.
El desafío es inmenso. Será cuestión de volver a politizar aquellos espacios que creíamos ajenos y que el marketing se apropió. El desafío es inmenso… cierto. Pero depende de nosotros.
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