La democracia liberal es presentada por sus exégetas como un sistema infalible, un modelo a seguir si queremos realmente madurar hacia un mundo moderno del cual nos caímos producto de nuestra barbarie. Esta visión oculta la circunstancia de que tales modelos fueron producto de largos procesos de evolución política de sus comunidades que incluyen -por ejemplo en el caso de Estados Unidos- centenares de años de conflictos internos, guerras internacionales y guerras civiles que provocaron millones de víctimas.
Por Daniel Di Giacinti (*)
Presentar a esos sistemas como modelo fuera de su tiempo histórico es una maniobra colonial instrumentada por las oligarquías que reciben el apoyo político de los imperialismos de turno a cambio de armonizar sus intereses de clase y los intereses de la nación, a la funcionalidad de mercado de los países dominantes. Son liberales en lo político a cambio de mantener el liberalismo económico en contra de los intereses de su patria.
En todo caso, estos son los modelos “ideales” del colonialismo. El esquema participativo del sistema liberal fue la respuesta creativa de otras comunidades para otro momento histórico. Aplicar el modelo “llave en mano” a una comunidad diferente y fuera de época puede ser producto de un infantilismo político de sus dirigencias o puede ser un intento de desarrollar una política colonialista, o pueden combinarse ambas causas.
El desarrollo de una política de liberación supone una adaptación congruente con un momento histórico determinado, que respete las potencialidades culturales del momento. La batalla cultural implica romper la trampa de una participación política demo-liberal al servicio de un “hombre niño” que tiende al colonialismo.
Es una batalla cultural porque no se trata de impugnar las estructuras de las antiguas instituciones sino su filosofía de acción política. El nacimiento de una nueva de filosofía participativa basada en una nueva cultura revolucionaria que transformaría el sentido involutivo de las perimidas instituciones liberales y las llevaría hacia una nueva funcionalidad liberadora.
Esta nueva filosofía de la acción política debe impugnar el sentido del Estado liberal proclamado por los que intentan mantener sus privilegios y prebendas.
“…la concepción liberal del Estado se fundamenta en un concepto unilateral del hombre, ya que lo toma como individuo aislado, dejando de lado su carácter social. Esta exaltación de la dimensión individual del hombre es la continuación de la orientación renacentista.
Para el Renacimiento, bajo la influencia del culto a la antigüedad clásica, el hombre era el centro del mundo; por eso dijimos, que si bien el humanismo renacentista es antropocéntrico, reconoce dos defectos de estrechez: es materialista y antipopular.
El liberalismo sigue dentro de estos moldes, considerando a cada ser humano una especie de dios autónomo, que todo lo espera de sí mismo. Pero en la práctica, ese dios autónomo es el capitalista, sin más acicate que su interés personal, sin ningún sentimiento solidario hacia su comunidad, indiferente a los intereses y a los sufrimientos ajenos.
Es el hombre deshumanizado que, en el caso de tener más fuerza que el resto, no vacila en esclavizarlo, pues sólo piensa en sí. Es el verdadero lobo del hombre.
Quiere decir que en la doctrina liberal hay sólo una aparente estimación del hombre; en el fondo le niega lo que lo hace verdaderamente humano, su sentimiento de hermandad hacia los demás, su solidaridad.
El liberalismo aísla los hombres entre sí, favoreciendo de esta manera a los más poderosos para que atrapen a los más débiles, pues el Estado no tiene que intervenir en las actividades de los hombres.
‘La libertad para todos los hombres del mundo’ se convierte en una libertad sin freno para los capitalistas que tienen en sus manos todos los resortes.
No existe libertad para el hombre de Pueblo, ya que el sistema le niega los medios concretos indispensables para ejercitarla, carece de legislación social que lo proteja y prácticamente, no tiene derechos políticos.
De este modo el liberalismo ensanchó el campo de la esclavitud para el hombre de trabajo, pues éste no sólo siguió sometido políticamente, sino sometido en peores condiciones que nunca al absolutismo del poder económico.
El hombre de Pueblo, en la mayor situación de desamparo, aislado de sus hermanos y abandonado por el Estado a sus propias fuerzas, se encontró en el callejón sin salida de la lucha de todos contra todos. ‘el estado del hombre contra el hombre, todos contra todos, y la existencia como un palenque donde la hombría puede identificarse con las proezas el ave rapaz’”.
Juan Perón, Sociología Peronista
Invertir el sentido individualista del liberalismo fue la tarea del peronismo. Tratar de recuperar el sentido de la solidaridad social y poner al Estado en función de proteger a los más débiles. Ese era el camino para poner en marcha una verdadera democracia, con una libertad e igualdad real y no la exteriorizada en las constituciones liberales para regodeo hipócrita de su sofisticada cultura basada en la soberbia “civilizada”.
La doctrina justicialista
La cristalización ideológica y filosófica del liberalismo era alentada por un verticalismo feroz aplicado desde el poder político y provocado por el hecho evidente de que enormes sectores del pueblo adolecían de la educación y la información necesaria para la toma de decisiones. La clase profesional política en sus dos variantes: profesional/ administradora/ gestionadora/ liberal o tipo vanguardia esclarecida/partido revolucionario, eran una consecuencia lógica.
Hoy la política vuelve a tener la posibilidad de transformarse en una herramienta integradora de las mejores virtudes sociales al tener prácticamente toda la comunidad una nueva potencialidad participativa.
El justicialismo propone a la acción política como una construcción comunitaria en permanente gestación. No hay caminos preelaborados desde rígidas posturas filosóficas o ideológicas. La ideología del peronismo es una creación popular y está en permanente construcción.
Para ordenarlo, la discusión ciudadana debería lograr la suficiente armonía ideológica que impida los enfrentamientos estériles dando cabida a un arco de opiniones disímiles. Una homogeneidad que le brinde además una identidad lo suficientemente definida para transformarse en una alternativa visible ante las presiones culturales del colonialismo.
Perón explicaría la necesidad de ordenar el debate comunitario en su libro Conducción Política:
“…El punto de partida de toda organización consiste en organizar a los hombres espiritualmente: que todos los hombres comiencen a pensar y a sentir de una manera similar, para asegurar una unidad de concepción que es el origen de la unidad de acción…”
“…Reunir hombres sin haberlos previamente animado con una doctrina que les dé objetivos comunes y aspiraciones similares, más que organizar es desorganizar…”.
Juan Perón, Conducción Política
Para ordenar toda esta dinámica creadora, el justicialismo propone un acuerdo sobre los principios con los cuales debemos ver la realidad y una tabla de valores para unificar de alguna manera la forma de resolver los conflictos.
Estos principios o valores fundamentales fueron interpretados por Juan Perón en una Doctrina Nacional. Cuando queremos sumar a alguien a este Movimiento Nacional solo pedimos que se respeten estos principios rectores y ordenadores de la acción. Le decimos algo así: “Uníte a esta acción transformadora. Podes opinar lo que quieras, siempre y cuando respetes estos principios fundamentales que nos unen a todos. Podes crear y aportar desde tus capacidades personales y potencialidades ya que nuestro camino lo realizamos entre todos y no esta preelaborado desde una ideología cerrada. No sabemos qué forma final tomará nuestra lucha contra la injusticia, y dependerá de nosotros mismos.”
Concebir la realidad de una misma forma y resolver los problemas con una tabla de valores en común permitirá salvaguardar la creatividad individual y social de la comunidad manteniendo una identidad que a su vez pueda madurar culturalmente, elevando las solidaridades populares.
Esta maduración colectiva permitirá profundizar un poder político cada vez más sólido hasta alcanzar la Unidad Nacional, primer peldaño para lanzar a la nación argentina hacia la integración continental.
Las tres banderas
Tres sencillas banderas sintetizan estos principios revolucionarios que ordenarán la creatividad popular. Hagamos lo que hagamos ninguna acción debe contraponerse con nuestros ideales de justicia social, independencia económica y soberanía política. Cualquier decisión que atente contra estos principios fundamentales será una puerta abierta al colonialismo que intenta someternos.
La Justicia Social es nuestra bandera fundamental porque asumimos que la igualdad y libertad pregonada por las constituciones liberales, son una ficción jurídica que avala la hipocresía de congelar una injusticia real, brindando los mismos derechos a poderosos y sometidos. Luchar por una democracia real es luchar contra la injusticia social para nivelar las diferencias provocadas por un capitalismo feroz, cruel e inhumano. Por eso la Comunidad Organizada es principio y fin del justicialismo. Luchar por una Comunidad Organizada es luchar por poner en marcha una democracia verdadera donde todos tengamos los mismos derechos. Luego será el pueblo por sí el intérprete y dueño de su destino.
La Justicia Social lucha además por la maduración cultural del pueblo, para romper con los privilegios monopólicos de las decisiones políticas impuestas por el demoliberalismo, y para permitirle al ciudadano expresarse políticamente -no solamente con su voto- sino desde su actividad personal en la comunidad, como trabajador, intelectual, comerciante o empresario.
La Justicia Social pelea también por lograr la humanización del capital, para poner la potencialidad económica al servicio de un proceso político, donde la confianza ciudadana comience a depender de las potencialidades creativas del pueblo y sus instituciones, y no de las aspiraciones especulativas de un grupo de profesionales del lucro.
La segunda bandera es la Independencia Económica que motoriza la lucha contra el colonialismo económico y propone poner todas las fuerzas productivas del país al servicio de un proyecto nacional y no al servicio del mercado transnacional de las plutocracias dominantes. Finalmente, la bandera de la Soberanía Política que es la responsable de consolidar en términos institucionales la recuperación democrática, garantizando los derechos individuales y de la Nación toda.
Como podemos ver las tres banderas no son una especulación partidaria sino una herramienta de ordenamiento de una nueva forma de participación ciudadana como eje de una lucha anticolonialista que defiende los intereses de la Nación.
Cuando el peronismo puso las tres banderas en la constitución del 1949, se lanzaron voces de condena por creer ver en ellas un slogan partidario o una sumisión ideológica a una fracción ciudadana. En realidad las tres banderas son un compromiso de todos los argentinos que de buena fe se deciden a enfrentar los apetitos colonialistas contra nuestra patria.
Las Tres Banderas son una herramienta de concepción política que permite que la transformación creativa del pueblo argentino tenga en su ejecución una identidad política que garantice su potencialidad anticolonialista, construyendo la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.
Estos mismos principios son los que motorizaron los profundos cambios con los cuales Néstor y Cristina Kirchner transformaron a este país destruido por las políticas neoliberales en una nueva esperanza para los argentinos.
(*) El autor es presidente de la Fundación Villa Manuelita.
www.villamanuelita.org
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