En el fútbol, remontar es acercarse en el marcador estando abajo llegando incluso a superar al rival adelantado. A veces, los clubes entran en dinámicas negativas donde se pierde todo y la pasión y el amor propio sólo se logran traducir en descontrol y expulsiones. Perder un clásico, por ejemplo, puede desencadenar una debacle en el club. Por el contrario, en una temporada larga, un 0-0 (el arco a cero genera confianza) puede ser el punto de inflexión para la remontada.
Por Joaquín Monge
La política argentina suele encontrar su correlato y la metáfora precisa en el fútbol. Después de perder las elecciones presidenciales y de la provincia de Buenos Aires, el panorama no ha hecho más que oscurecer. Una primavera de autoconvocados y de resurgimiento de la militancia antes del 22 de noviembre no fue suficiente. Perdimos jugadores para la causa, algunos hinchas se fueron a su casa y desde la línea de cal el técnico y sus asistentes dan líneas contrariadas.
A partir de ahí, nos marcan el ritmo del partido y nuestros jugadores flotan por toda la cancha, no se juntan ni se asocian. Despiden trabajadores (públicos y privados), demonizan la militancia, retorna la violencia ideológica y racial, reforman el Estado a su medida, desaparece todo rastro de regulación a la concentración de las telecomunicaciones, se acentúa de forma acelerada la desigual distribución de la riqueza, y seguimos contando. Ahora le tocó el turno a las leyes Cerrojo y de Pago Soberano. En el Congreso, algunos diputados propios (misioneros, sanjuaninos y tucumanos) votaron a favor. Ni hablar del incipiente Bloque Justicialista. Mientras tanto, para algunos estaba primera la discusión por la conducción del Partido Justicialista. Somos un cabaret, sería la metáfora acertada.
Mientras tanto, el macrismo avanza como una topadora. Un 2-3-5 clásico de la segunda mitad de 1950. Aranguren y Dietrich con los aumentos; Aguad y Buryaile con los monopolios, Triaca y Bullrich se asocian para controlar cualquier avance popular (represión y despidos mediante). No son un engranaje como la Alemania del 74 pero nosotros nos parecemos al Brasil del 2014.
En la cancha, perdemos la marca fácil y nos vamos con la primera gambeta que nos hacen. De la entrega del país nos entretenemos con los mensajes entre Bossio y Massot. En Derechos Humanos, clamamos al cielo porque viene Obama pero le perdimos rastro a los juicios. Avanzan con la legitimidad de ser quienes proponen un cambio y un regreso a la normalidad (hay para elegir), y en cada sprint nos sacan dos metros. Ellos se desmarcan y nosotros miramos al referí.
En el fútbol y también en la política, la pasión, el sufrimiento y la paciencia son parte de lo mismo. Por lo general, los que hacen la diferencia en un partido (además del crack, el 10, a quien tenemos pero estamos esperando su vuelta) son los que te marcan el tiempo o los que se anticipan a los movimientos del otro. Si nos anticipamos, podemos recuperar la pelota.
Si recuperamos la pelota en al menos una jugada, tenemos que aprovecharla. Esta vez (por el enemigo que tenemos al frente) no nos sirve el patadón para que salga el equipo. Necesitamos que retroceda, forzarlo a que se equivoque. Anticipar, salir rápido y todos juntos, dos toques y que los contrarios al menos retrocedan (¿5 metros? ¿10 metros?). Quizás ordenarnos nosotros hacia dentro primero es clave (en una elección del PJ donde lo que está en juego no es sólo el escudo sino las consecuencias) pero no puede ser sólo eso. Si vamos a volver, tenemos que ganar una.