Hace 6 años mataron a la Pepa Gaitán. El padrastro de su novia estaba en contra de su relación y la fusiló por la espalda. La Pepa era cordobesa, tenía el pelo corto y era gorda. A la Pepa la mataron por no entrar en la norma, -discusión aparte es si era lesbiana, trans, chonga, o las mil opciones que nos permite pensar la autopercepción- por correrse de lo establecido, por ser feliz fuera de la heterosexualidad que nos impone el sistema. La asesinaron porque puso en jaque los esquemas más básicos de la sociedad, y demostró que se podía disentir.
Por Mariana Spagnuolo*
El 2010 fue el año donde dispararon contra la Pepa, se aprobó el matrimonio igualitario y falleció Néstor Kirchner, la última Ley que votó fue justamente esa. En lo personal, lo recuerdo como uno de los años más contradictorios de la militancia política. En lo político, lo recuerdo como uno de los años más personales de mi militancia. La bala que mató a la Pepa nos quebró el cuero a todas. Algo de esa sangre era parte de nuestra sangre. Esa torta anónima, de pueblo, de barrio, era la representación máxima de todas las violencias que naturalizamos pero que seguimos viviendo todos los días. De golpe, las miradas en el bondi o el subte pasaron a ser cuchillos y el grito en la calle una amenaza de muerte. La Pepa, su historia y su vida, se repite en miles de lesbianas, bisexuales, trans y gays en todo el país. El disparo fue un eco sordo que logramos convertir en lucha.
Hoy, las movilizaciones, encuentros y actividades por la Pepa se multiplicaron a lo largo y ancho del país. Desde muchas organizaciones y discursos distintos se reivindica su figura. Ese perfil redondo y marimacho sonríe desde remeras, banderas y afiches. La Pepa, posiblemente, jamás pensó que su imagen iba a ser levantada como estandarte por los movimientos LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero), por parte del feminismo y otros movimiento sociales. Jamás pensó que su nombre iba a escribirse todos los años en letra de molde y permanecer inmortal entre las páginas de un diario. Sin embargo, representa la consecuencia más literal y cruda de la violencia que sufrimos las lesbianas en todas partes.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se logró aprobar la iniciativa del “Día de la Visibilidad Lésbica” en Memoria de Pepa Gaitán, presentado por la Legisladora (MC) María Rachid e impulsado por las agrupaciones La Fulana, la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA) y la Federación Argentina LGBT. Este logro no es menor, pero todavía se reclama que el día sea nacional para que nadie pueda olvidarse de la violencia que aún hoy vivimos.
Las lesbianas seguimos siendo víctimas de prejuicios, insultos, nos echan de nuestras casas, nos abandonan nuestras familias, nos violan para corregirnos, nos despiden de los trabajos. No accedemos de la misma forma a los métodos de prevención de ITS (Infecciones de transmisión sexual), en la consulta ginecológica tenemos que visibilizarnos y aún así no tenemos garantizado que el profesional sepa de métodos de barrera, o del gigante abanico que implica la sexualidad lesbiana. Sin embargo, la militancia lésbica sostiene que la construcción surge de la alegría, surge del amor y los encuentros, del placer y el deseo. Nosotras militamos diariamente sin caer en ser víctimas, sino sabiéndonos enormemente felices, reflejamos en nuestras luchas la sonrisa gigante de la Pepa casi sin analizarlo. Porque aunque estas violencias sean intentos de reprimir nuestro ser, entendemos que la alegría de vivir nuestra identidad es irrefrenable.
Se dice que los pueblos tristes no vencen, tenemos en claro que las lesbianas tristes tampoco.
* Militante de La Fulana y Coordinadora del Observatorio de violencia entre y hacia lesbianas y bisexuales