LAS POLÍTICAS SOCIALES Y EDUCATIVAS DE CAMBIEMOS (Por Valeria Llobet: CONICET – Cedesi/UNSAM)
Artículo publicado originalmente en www.conversacionesnecesarias.org
Los últimos días de mayo de 2017, la Dirección de Políticas de Juventud de la ciudad de Buenos Aires promocionaba unas 10.000 “oportunidades laborales” para jóvenes de 18 a 29 años, “para que te sigas potenciando” [1]. De los más de 300.000 jóvenes que se presentaron, muchos, la mayoría a ojo de buen cubero, eran de sectores populares. Horas de espera y filas que rodeaban sobradamente La Rural para encontrar que la mayoría de los pocos trabajos estaban destinados a “Analista de Mercado”, “Desarrollador de Software” o “Médico”. Las posiciones como “Asistente de Ventas” o administrativos estaban dirigidos a estudiantes de marketing o de administración. La oferta de puestos de menor calificación, repositor, personal de maestranza, en realidad consistía en promociones de empresas de personal eventual. La mayoría de las y los jóvenes, volvió sin nada a sus casas.
Unos meses antes, en el Foro de Inversiones y Negocios, el entonces Ministro de Educación y Deportes Esteban Bullrich señaló que sus aspiraciones de gerente de recursos humanos se orientaba a crear generadores de (auto)empleo o sujetos capaces de “vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Ramplona lectura del papel del conocimiento y las estructuras y dinámicas de mercado del capitalismo contemporáneo. Perverso discurso que parece desconocer que es precisamente la incertidumbre del mercado informal de empleo a lo que las y los jóvenes de sectores populares están poco menos que condenados.
La desaprensiva y obstinada distancia con que los funcionarios estatales redefinen permanentemente su función y así, trazan nuevas fronteras para el propio Estado, convida a la indignación. Desnuda que el modelo de niño, de joven, de adolescente, que tienen en mente los funcionarios, se encuentra a años luz de nuestros niños. Cuando tiempo atrás el Consejo de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes de la Ciudad ofrecía recomendaciones alimenticias, señalaba en su página web las ventajas de la fresa y el brécol… La construcción de distancia social, afectiva, moral, en la que la desigualdad social pierda sustancia y visibilidad, y los sujetos pierdan consistencia, parece ser la opción de un Estado gerencial que busca limitar su presencia visible a actos de caridad y de represión.
Los problemas de la administración gerencial
Así, el discurso con que los responsables de las distintas áreas estatales construyen los problemas sociales que afectan a las nuevas generaciones está plagado de estereotipos. Apela a la individualización neoliberal que llama a “que te sigas potenciando”, junto con el conservadurismo del juicio moralista sobre los que no merecen ayuda por su falta de esfuerzo. Al emprendedurismo y meritocratismo, que construyen y distinguen distintas poblaciones, se agrega el populismo punitivista contra aquellos niños y jóvenes que, como “restos”, concitan las demandas de venganza social legitimadas como justas.
Las posiciones institucionalizadas combinan así algunos de los rasgos centrales de los movimientos encabezados por Reagan y Tatcher, que investigadoras británicas como Ruth Lévitas [2]tempranamente cuestionaron. El discurso de la underclass, moralmente inadecuada para la vida en común, que toma a las jóvenes sexualmente irresponsables y a los varones indolentes o criminales como las figuras en torno a las cuales construir un nuevo sentido común sobre derechos sociales y responsabilidades estatales.
Mientras tanto, al desempleo juvenil hay que sumarle el más de 50% de chicos que no logran terminar la escuela secundaria, el más de 50% de niños, niñas y jóvenes pobres, las formas de malestar y sufrimiento que se expresan en suicidios y muertes jóvenes “por causas externas”, y la creciente violencia institucional que se acumula en casos de gatillo fácil. [3]
Los niños y jóvenes como superficies de disputa política
Una lluviosa mañana de lunes de 2016, al llegar al Centro Juvenil del barrio La Rana, me topé en la cocina con uno de los chicos que me pregunta qué vamos a hacer en el taller de chicas que organizamos cada semana. Le cuento que vamos a trabajar sobre la violencia de género, y me increpa “¿y porqué no dicen también “ni un varón menos?”
El informe del Observatorio Social Legislativo [4] de la Provincia de Buenos Aires le da razón. Alrededor del 60% de las muertes de varones adolescentes, son muertes por causas externas. Las muertes de muchachas y muchachos, reconstruidas en narrativas morales que antes que la forma del argumento lineal, parecen tomar la forma de la urdimbre. Se traman de maneras complejas en la opinión pública para vincular los discursos sobre derechos con los discursos sobre seguridad, las demandas de menos estado (social) con más represión.
El incremento de la represión y las formas de disciplinamiento social contra jóvenes de sectores populares que se percibe en los barrios populares en los últimos años, el recrudecimiento de la demonización de los jóvenes pobres alrededor de la insistencia en los personajes sociales del “pibe chorro” o la joven madre irresponsable que “se embaraza para cobrar la Asignación”, o los que no trabajan porque la cobran [5], las demandas de revancha social articuladas alrededor de la penalización y castigo de niños, son aristas extremas de un proceso social y político más amplio, el de una marcada falta de hospitalidad a los nuevos.
La infancia ha sido largamente discutida como una superficie de debate político, capaz de articular proyectos de nación y revelar las lógicas de los procesos de diferenciación social. El propio establecimiento de definiciones y límites etarios de la infancia, que articula valores morales, sentimientos, y emociones, es un lugar de disputa sobre lo público y lo privado, lo natural y lo social. Si como señaló Sandra Carli [6], el análisis de los sentidos sociales que cobra la infancia nos permite mirar la articulación entre presente, pasado y futuro, y se vinculan con la delimitación de la estatalidad, debemos pensar que el proceso que conduce a que no nos resulte moralmente escandaloso el exterminio por goteo de los niños y jóvenes de sectores populares, algo dice de profundas transformaciones sociales y políticas en curso, marcadas por el temor y la incertidumbre que hacen del futuro y sus habitantes una amenaza a las propias condiciones de existencia en el presente.
El estado gerencial gestiona mínimos y excedentes, redirige los temores sociales hacia los personajes que pueblan la excedencia, crea y cierra fronteras y promueve o saluda la emergencia de patanes vestidos de honestidad brutal que alimentan los sentimientos de odio y aversión que pueblan el discurso público. Discute los costos y beneficios del producto educativo en lugar de discutir el sistema educativo, discute la dureza del castigo y no las políticas de seguridad ni las de protección, no parece tener ninguna idea ni ningún manual de couching para pensar los derechos de niños y jóvenes, el empleo de los jóvenes de sectores populares les es una entelequia.
Así, la representación más extendida sobre los jóvenes pobres es la del “pibe chorro”, escondiendo al joven sin empleo, al adolescente fuera de la escuela, al que es víctima de la violencia policial o delincuencial. Si el “chico de la calle” era la categoría en la cual convergían ansiedades sociales en la década de 1990, hoy ese énfasis en la relación del niño con su familia y el espacio del hogar es secundario frente a la construcción de los niños y jóvenes pobres como amenazas al orden social.
Palabras finales
¿Qué niños o jóvenes constituirán “víctimas” capaces de movilizar un clamor social, cuáles serán visibilizadas como injustas y concitarán dolor, y las podremos ver como cercanas, como potencialmente “propias”?
La distribución desigual del derecho a ser una víctima y a generar una forma de duelo social traza fronteras entre niños y jóvenes. Clásicas fronteras de clase, étnicas, de género, pero también fronteras más móviles y coyunturales que pesan circunstancialmente sobre niños y jóvenes hipervisibles en ciertos espacios, o extranjeros en instituciones que se muestran incapaces de traducirlos.
No se trata de una novedad, la invisibilización de los asesinatos de jóvenes a manos, por ejemplo de la policía, lleva más de una década según los datos de la Correpi. Pero las alternativas políticas construidas mediante las apuestas por la cercanía territorial y la preeminencia de la lógica de derechos sociales en la formulación de políticas, que constituía un contrafrente incluso en los mismos barrios, hoy está en franco retroceso.
La desasistencia de las problemáticas de inclusión social y derechos ciudadanos de niñas, niños y jóvenes, expresada en decisiones políticas de desfinanciamiento, en matrices ideológicas para fundar las acciones posibles, en despidos de trabajadores del estado y su reemplazo por convenios con ONGs, marca un camino peligroso en un contexto de aumento de las desigualdades, de aumento de la pobreza y de avanzada de las dinámicas represivas ilegales por parte de las fuerzas de seguridad.
Es necesario avanzar con nuevas matrices para pensar estos problemas, unas que, donde se trazan fronteras y crean distancias, sean capaces de propiciar encuentros; que donde se enuncian recetas de emprendedorismo y crecimiento personal, confronten desde los derechos; que donde se construyen juicios moralistas sean capaces de iluminar toda la densidad de la desigualdad.
[1] https://expoempleojoven.buenosaires.gob.ar/
[2] Levitas, Ruth, 1998. The inclusive society? Social Exclusion and New Labour, Palgrave.
[3] http://www.lanacion.com.ar/2041492-unicef-esta-creciendo-exponencialmente-el-numero-de-suicidios-en-adolescentes [4] https://www.hcdiputados-ba.gov.ar/osl/index.php?id=ninez&id_boton=violencia
[5] http://www.lanacion.com.ar/2041755-la-anses-destaco-que-la-asignacion-universal-por-hijo-auh-no-afecta-el-crecimiento-del-empleo-formal
[6] Carli, Sandra. 2002. Niñez, pedagogía y política. Transformaciones de los discursos acerca de la infancia en la historia de la educación argentina entre 1880 y 1955, Miño y Dávila, Buenos Aires