(Por Tomás Crespo* / Fotos: Pablo Caprarulo) La entereza y la inmensidad moral de los padres de Micaela nos ponen a todos en una situación incómoda. Nos recuerdan algo que, a fuerza de normalizar, habíamos olvidado: ninguna problemática social, cultural, económica o política debe ser necesariamente abordada y/o resuelta de un modo determinado.
Nos acostumbramos a dar por sentado que a tal cuestión sólo se puede responder de tal manera o desde tal discurso, obviando que esas recetas o fórmulas cerradas son afines siempre, (no tan) curiosamente, a los intereses de los sectores dominantes y de sus voceros políticos y mediáticos.
Atravesamos, vivimos y experimentamos un ejemplo acabado de eso que Herbert Marcuse llamaba “el cierre del universo discursivo”, es decir, un mundo ideológico y cultural definido por la conducta “unidimensional”, donde desaparece la tensión entre la apariencia y la realidad y entre el hecho y el factor que lo provoca, dando paso al momento empobrecedor en que “elementos mágicos, autoritarios y rituales cubren el idioma”.
El lenguaje de los medios masivos, observaba Marcuse, “tiende a expresar y auspiciar la inmediata identificación entre razón y hecho, verdad y verdad establecida, esencia y existencia, la cosa y su función”. Además, “las proposiciones con valor propio, analíticas, funcionan como fórmulas mágico-rituales. Machacadas y remachacadas en la mente del receptor, producen el efecto de encerrarlo en el círculo de las condiciones prescritas por la fórmula”. Fórmula que nunca es puesta en discusión, analizada, diseccionada ni rebatida.
Así las cosas, hemos internalizado que un desequilibrio macroeconómico sólo puede solucionarse con un ajuste fiscal feroz, que un movimiento político de masas es necesariamente contrario a la institucionalidad republicana y a las garantías constitucionales o que a una muerte sólo cabe oponer otra, más salvaje y brutal que la que apunta a vengar.
En medio de esa dictadura de lo undimensional, Néstor García y Andrea Lescano (padre y madre de Micaela) abofetean al sentido común y a cada uno de nosotros cuando nos recuerdan que su hija “no hubiese hecho justicia por mano propia”, porque “ella trabajó por los derechos de todos y lo vamos a seguir haciendo nosotros”, añadiendo que de ahora en adelante redoblarán sus esfuerzos en pos de la sociedad igualitaria por la que su hija luchaba.
Las palabras de Néstor y Andrea elevan la vara a un nivel altísimo, pero que -y esto creo que es lo central- ellos mismos nos demuestran que es alcanzable, posible. Con su enorme postura nos empujan a salir de la unidimensionalidad que habitamos y a ser radicalmente creativos, pero sobre todo, radicalmente humanos.
Un cross en la mandíbula para los que a veces, desencantados, caemos en la trampa de creer que “la gente” piensa como Etchecopar, Feinmann, Fantino y Olmedo.
¡Mentira!
La gente también piensa como los padres de Micaela y eso nos obliga a ser mucho mejores de lo que somos, mejores personas y mejores militantes.
En el marco de tanto dolor, una hermosa lección de vida.
* Licenciado en Cs. de La Comunicación Social