(Por Julieta Gugliottella / Fotos: Lucía Figueroa) Tiempo Argentino es hoy una historia de abandono y desamparo, lucha y organización, autogestión y compromiso. Son, en un contexto de despidos y devaluación, trabajadores que optaron por la cooperativa como salida pero también como horizonte, para hacerle frente a la indiferencia empresarial y al abandono estatal.
Violencia es mentir
Los trabajadores del diario Tiempo Argentino tenían que cobrar su medio aguinaldo el 18 de diciembre de 2015, pero la patronal les informó que lo cobrarían el 29 de ese mismo mes. Por primera vez en seis años de redacción, no cobrarían en término. A partir de esto, se dieron una serie de promesas incumplidas: el aguinaldo nunca llegó, el sueldo de enero tampoco y es hasta el día de hoy que ningún trabajador de la redacción recibe su salario. Hasta que un día Sergio Szpolski, ex dueño (¿o actual?) del diario, les informó “no tengo plata, no voy a pagar”.
Existieron varios sucesos que nada tuvieron que ver con reconocer los derechos de los trabajadores del medio, o por lo menos que intenten remediar la situación. Sergio Szpolski y Matías Garfunkel le vendieron el diario a Juan Mariano Martínez Rojas, un empresario correntino sin experiencia en comunicación, y que al googlearlo sus referencias son denuncias de estafa y asociación ilícita a su nombre. Sin embargo, los trabajadores de Tiempo no pueden afirmar esta venta.
Javier Schurman, periodista y trabajador de la redacción, lo explica: “nunca supimos si verdaderamente lo vendió o no. Los dos (Szpolski y Martínez Rojas) dijeron lo mismo y nunca mostraron un solo papel. Rojas llegó con una promesa de pago inmediato. Se dijo que en la semana se iba a recomponer la situación, que quería un diario de tirada nacional, llegar a todos lados, que la línea iba a seguir siendo la misma, puestos de trabajos garantizados, etcétera. No pagó nada, ni un centavo. Tuvimos un par de reuniones, vino un día acá, saludó, al día siguiente mandó empanadas y coca cola”.
El 5 de marzo, Martínez Rojas decidió dejar de imprimir el diario hasta “solucionar el conflicto” y Tiempo dejó de salir a las calles. El nuevo dueño comenzó a esfumarse: su página dejó de existir, dejó de atender el teléfono y lo mismo su abogada, tampoco siguió atendiendo a los cinco delegados de la redacción del diario, ni volvió a hacerse presente en la redacción.
La única lucha que se pierde es la que se abandona
Frente al vacío, los trabajadores se organizan. Comenzaron, con los primeros problemas de pago, a realizar medidas de lucha no drásticas, manteniendo una esperanza en las prontas resoluciones: junta de firmas, paros de dos o cuatro horas, movilizaciones a la oficina de Szpolski y al Ministerio de Trabajo, corte en la 9 de Julio, fiestas, venta de choripanes en la puerta de la redacción. Incluso se realizó un festival, en Parque Centenario, que reunió a más de 20.000 personas y contó con la presencia de Víctor Hugo Morales, personajes de la cultura y grupos musicales como la Bersuit Vergarabat y Las Manos de Filipi.
Todo esto permitió visibilizar el conflicto, generar un fondo de lucha o sumar adeptos a la causa. Sin embargo, los sueldos no aparecían desde lo empresarial y las respuestas se dilataban desde lo estatal: “Esa es la situación, de abandono. No nos echaron, no nos fuimos, no hay retiro voluntario, no hay una oferta para que nos vayamos, no se pide la quiebra. De un día para el otro desaparecieron o no tienen plata” afirma Javier.
Al principio, cuando el conflicto era general en el Grupo 23, la mayoría de las medidas se hacían en conjunto con los demás medios que contenía el grupo. Aunque luego algunos problemas se fueron solucionando, otros de los medios fueron directamente cerrados y en otros casos cambiaron de manos vendiéndolos a otros dueños. Tiempo Argentino fue uno de los pocos, junto con Radio América, que quedaron en el limbo.
Cooperativa y autogestión
Las charlas de pasillo individuales comenzaron a hacerse formales y colectivas. De a poco, los trabajadores comenzaron a hablar de una posible cooperativa con la comisión interna de la redacción. Javier Schurman plantea que en esos momentos, el pensamiento fue “estamos acá, permaneciendo en un edificio para cuidar nuestros puestos de trabajo. Estamos todo el día haciendo Más Tiempo, que es nuestro boletín de lucha. Estamos trabajando, que es lo que sabemos hacer, entonces trabajemos y generemos algo que afuera llame la atención. Yo no sé hacer otra cosa, yo soy periodista”.
Una de las luchas que tuvieron que atravesar en el proceso, fue el hecho de ser reconocidos como trabajadores, hacia adentro y hacia afuera de la redacción. Julián Martínez, del área de deportes y trabajador del diario desde el 2011 lo explica: “Reconocernos trabajadores también es reconocernos como pares, yo creo que ese proceso lo fuimos llevando a cabo justamente por el período que atravesamos de desamparo patronal, es decir, yo no me reconozco trabajador por mí mismo sino por mis compañeros. Por entender qué pasaba en cada situación: de familia, hijos, alquileres, deudas, de proyectos que se caían. Justamente eso generó un colectivo grande”.
Fue así que las asambleas empezaron a discutir y votar que el diario, ese diario que era de ellos, vuelva a pisar las calles. La votación fue un viernes y el domingo Tiempo estaba online nuevamente. Restaba averiguar cuáles eran las repercusiones, qué respuestas obtenían. Para su satisfacción, los lectores devolvieron visita tras visita. “Con esto nos dimos cuenta que la permanencia es complicada, desgasta, no todos pueden quedarse a dormir, estar a las ocho de la mañana, quedarse toda la tarde, y todo esto sin cobrar un peso. Pero era un ‘a trabajar sí’. Y ese día, vinieron todos. Fue un domingo y la redacción estaba llena. Fue tan buena la repercusión interna y externa que volvimos a hacer otro.” cuenta Javier. Y así fue que se empezó a gestionar el glorioso 24 de marzo.
24 de Marzo
La dirección del diario propuso ser parte de la historia y, con el apoyo de sindicatos, organizaciones sociales, una imprenta recuperada y el de sus propios trabajadores como protagonistas, lo hicieron.
Para el 24 de Marzo, en una plaza totalmente colmada para homenajear a las víctimas de la dictadura cívico-militar en su aniversario N° 40, ellos asistieron con 30.000 ejemplares. Si, ese número tan nuestro, tan patrio. Ese día Taty Almeida, integrante de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, afirmó que ellas siguen “de pie a pesar de las sillas de ruedas, los bastones y los carritos por la alegría y el cariño” y, salvando las distancias, Tiempo Argentino también. Incluso tuvieron que reimprimir 10.000 ejemplares más, para quienes habían reservado con anterioridad ya que, con Víctor Hugo de canillita y la camiseta transpirada de los trabajadores del diario, agotaron todos los números.
“Fue muy groso, fue una emoción terrible. La respuesta de la gente, el cómo trabajamos. Ya a esa altura veníamos pensando en lo autogestivo, lo habíamos llevado a las asambleas, era algo que daba vueltas. Pero después del 24, no hubo dudas, era ese el camino” reflexiona, con emoción, Javier.
¿Y ahora qué?
Es la pregunta más cotidiana por estos días en la redacción ubicada entre Palermo y Colegiales. Y ahora es un proceso. Difícil, sí, pero propio. Un proceso en el cual los trabajadores del diario se empiezan a pensar como sus propios patrones y como sus propios canillitas. Donde el voto de una asamblea, en la que tiene la misma validez lo que exponen los compañeros de maestranza, el recepcionista, los fotógrafos y los redactores, define el camino.
Schurman lo expresa perfectamente: “una cooperativa tiene eso. Yo soy periodista, entrevisto, hago notas, escribo. Pero por ahí mañana tengo que hacer el café, o ir a vender publicidad si los de Comercial no están, llenar el libro de balance de fin de año (que era el trabajo de un contador). Tenemos que comprar las resmas de hojas, yo no hacía eso, alguien las compraba. Ya no tenés patrón, pero sos el patrón. Y el de al lado es igual a vos”.
Javier Shurman está en la redacción incluso desde antes que salga el primer ejemplar, hace seis años, y plantea que el diario es un poco de todos ellos: “somos el diario y somos los responsables de lo que está saliendo acá, que es el diario sin patrón, un diario sin un Estado detrás. Una de las acusaciones siempre fue ‘es el diario del gobierno´, y bueno, esta es la demostración de que el empresario podía ser del gobierno, nosotros no. Por más identificación que podamos tener”.
La forma de organización que establecieron fue mediante comisiones y asambleas. Estas comisiones están orientadas a difusión y prensa; comercial; organización; página web; económica, etc. En las asambleas las definiciones se toman, en la mayoría de los casos, por unanimidad. Existen diferencias, discusiones y acuerdos, y a la hora de levantar las manos, casi siempre lo hacen todos juntos.
Desde que se inició el conflicto en diciembre, la última (y única) vez que los trabajadores de Tiempo Argentino recibieron un rédito económico fue el 24 de marzo, cuando vendieron en total casi 40.000 ejemplares. Que no significó ni la mitad de un sueldo promedio, pero que fue el resultado de la lucha de cuatro meses y lo que terminó de definir que la autogestión sería el camino colectivo que empezarían a emprender.
“Ese diario nos permitió después de casi 100 días cobrar algo, fue lo primero que cobramos en cuatro meses y lo hicimos nosotros, fue muy fuerte, lo del 24 fue increíble. El contacto con la gente que nos decía que no aflojemos, que sigamos adelante, que somos el diario y faltábamos en la calle. Se me pone la piel de gallina, es imposible no emocionarse.” dice Javier.
Hoy resta empaparse de organización y lucha permanente para que, por unanimidad, la cooperativa de Tiempo Argentino sea el lugar donde aquellos trabajadores, estafados por la empresa y abandonados por el Estado, puedan hacer lo que saben hacer: trabajar y poder vivir de eso.
“Es una apuesta a futuro y ahora podemos encontrar nuestra propia definición periodística sin ataduras patronales de cualquier índole. Podemos ser una voz disidente o no, pero a nuestra manera”, señala Julián Martínez para un perfecto principio del final.